Hace unos días los medios de comunicación han publicado las claves de la futura reforma tributaria. De ser cierto lo publicado, lo proyectado apunta a una reducción en los impuestos directos que se financiaría con aumentos en los indirectos. Si así se confirma, estaríamos ante una doble mala noticia.
La noticia sería mala, pues el efecto global de lo anterior mantendría en su actual nivel presión fiscal, defraudando las expectativas creadas. Recuérdese que la reducción tributaria prometida quedó (al final de 2.011) aplazada por dos años (hasta 2.013) ante la crítica situación de entonces, siendo sustituida por una subida generalizada de todos los impuestos. Con posterioridad, el aplazamiento de la reducción se prolongó otro ejercicio (hasta 2.014), manteniéndose el incremento. Y ahora, si se confirma lo publicado, en 2.015 quedaría definitivamente aparcada la prometida rebaja fiscal y, al cambiar cromos (directos por indirectos), definitivamente consolidada el aumento.
Adicionalmente, también sería mala por determinadas cuestiones concretas que han avanzado los medios.
De subirse el IVA hasta el 23% (como se ha publicado), volvería a provocarse una contracción en el consumo, nociva para la incipiente recuperación económica, al tiempo que inducirse a una avalancha de “inmersión” de micro pymes y autónomos. Volvería a expandirse la práctica del “sin IVA”. Es cierto que el Ministro de Hacienda ha desmentido que el IVA vaya a subir, pero…, hasta dos días antes de la última subida (2.012) también negó que fuera subirse. Es posible que Bruselas no tenga ahora la capacidad de pressing que, sin duda, tuvo entonces.
Todavía resultaría más preocupante si se confirmara la eliminación con carácter retroactivo de la deducción por inversión en la compra de la vivienda habitual para aquellos que la están pagando. Sería injustificable jurídica y éticamente. Constituiría un paso más en la progresiva deslegitimación moral de nuestra Hacienda Pública. Aunque, visto lo visto en los últimos tiempos, casi cualquier cosa es posible, aún cabe esperar de la sensatez y rectitud de nuestros gobernantes, que tal cosa no suceda.