Sorprende la inusitada rapidez con la que se adoptan determinadas decisiones en materia tributaria –tenemos ejemplos recientes: la denominada amnistía fiscal; la nueva obligación de declarar anualmente los bienes y derechos poseídos en el exterior; los nuevos (y restrictivos) criterios en materia de aplazamientos…-, con la desesperante lentitud con la que se abordan otros. Verbigracia: la anunciadísima (pero aún non nata) bajada de impuestos.
Tras su abortado nacimiento en 2.011 –fue pospuesta esgrimiendo razones de coyuntura- un tiempo olvidada, un periodo de hibernación en tanto los expertos estudiaban, la anunciada reforma se parece cada vez más al Godot de la novela de Beckett (estamos permanentemente a su espera). Aún más, de su posible orientación sigue sin saberse prácticamente nada.
Hace unos días, el ministro Montoro anunció que la tarifa del futuro IRPF tendría cinco tramos. Es decir, lo anunciado fue algo así como… ¡Nada con sifón!
Son inevitables varias preguntas. ¿Qué más da el número de tramos que tenga? ¿De verdad se piensa que simplificar el impuesto consiste en eso? ¿Se admite entonces que en los últimos dos años lo han complicado?
Intentando poner algo de seriedad en la cuestión, lo cierto es que el número de tramos resulta absolutamente irrelevante. Da igual siete que veintisiete. Una reducción del número de tramos puede implicar una rebaja del IRPP o… hacerlo confiscatorio. Del mismo modo, reducir los tramos hoy existentes puede aumentar la progresividad del impuesto o… hacerlo completamente regresivo. Por eso, anunciar lo que ha sido objeto de anuncio, es no haber anunciado nada.
Seamos honestos. Lo trascendente para los contribuyentes españoles será el importe del mínimo exento que se fije, el tipo que se establezca para cada tramo (de los que se definan), el tipo máximo que se determine… y, sobre todo ello, al menos de momento, rien de rien.
Sin embargo, el contribuyente ansía saber cuándo y por cuanto se cumplirá el compromiso contraído de rebaja impositiva que ha de ser (por ética, por estética, y por necesidad) la suficiente hasta alcanzar una presión fiscal inferior a la de 2.011. Lo contrario sería una burla inadmisible.
Pero, en fin, por desgracia, de un tiempo a esta parte, los deseos y las necesidades de los contribuyentes no parecen formar parte de la agenda de nuestro Ministerio de Hacienda.
D. Ignacio Ruiz-Jarabo
Presidente ADECLA, Asociación del Club del Asesor